La paciencia

 

Estamos inmers@s en la cultura de lo inmediato: las noticias se pueden seguir en tiempo real, compramos algo desde el sofá y en veinticuatro horas lo tenemos en casa, tenemos hambre y pocos minutos después de elegir en una app lo que nos apetece comer, nos llega a casa caliente y sin ningún esfuerzo, vamos trabajando con el móvil mientras llegamos al trabajo sin llegar a la oficina… lo queremos todo ya y exigimos lo mismo a los que nos rodean. Por ello, nos vamos convirtiendo en seres impacientes que quieren las cosas ya. Enviamos un mensaje y queremos que lo respondan inmediatamente… 

Cuando nos impacientamos generalmente perdemos la calma. La impaciencia no suele conducir a nada, no es productiva y consume mucha energía. Aun así, muchas veces no podemos evitar mirar el móvil compulsivamente, mover las piernas o pies como si quisiéramos salir corriendo, dar golpecitos con los dedos, suspirar…

Esa impaciencia puede llegar a superarnos y convertirse en ansiedad, con lo que es más difícil mantener la calma. La impaciencia puede generar ira, estrés, infravaloración del esfuerzo, ruido mental, insatisfacción…

Además, también afecta a niñ@s y adolescentes. Por ejemplo, hay personas que quieren que sus hijos anden cuanto antes. O los adolescentes, que se comportan como si tuvieran más edad. 

Además del nivel mental y emocional, la impaciencia también afecta el cuerpo. Hay estudios que relacionan la impaciencia con la elevación del cortisol y la adrenalina —hormonas del estrés— que provocan que los vasos sanguíneos se contraigan y el ácido del estómago aumente. La impaciencia está también asociada con problemas cardiovasculares.

Podríamos decir que la paciencia es el arte de saber esperar. 

La paciencia te da la capacidad de afrontar la decepción, la angustia o el sufrimiento. Si practicamos la paciencia, tendremos una serie de beneficios positivos para la salud, como la disminución de la depresión y la ansiedad. Algunos investigadores han llegado a la conclusión de que las personas pacientes suelen tener más empatía, generosidad y compasión.

Se distinguen tres formas de paciencia:

  1. Ante las personas: cuando conservas la calma ante una persona que se siente molesta, irritada o te saca de tus casillas.
  2. Ante las situaciones del día a día: la espera del autobús, por ejemplo. Ser capaz de gestionar el enfado ante cualquier asunto cotidiano que te irrite.
  3. Ante las adversidades de la vida: capacidad de ser positivo y ver más allá cuando vives alguna situación difícil. 

Lo más importante de la vida no suele ser inmediato, necesita tiempo. Desde una cosecha hasta un embarazo o ganar el Roland Garros. Prácticamente todos los procesos que dan resultados son una combinación de acción y saber esperar.

Para cultivar la paciencia puedes empezar por bajar el ritmo, ser consciente del presente y vivirlo tal cual es, aceptándolo. 

Ajústate al ritmo de la vida, y no quieras que sea al revés, que la vida se ajuste a tus deseos y prisas. 

Toma tus decisiones, sin pararte, sin resignarte, ni acelerarte, sin impacientarte, sino fluyendo con la vida, acompasando tu ritmo con el suyo. 

En mi experiencia, compensa cultivar la paciencia todos los días, perseverar.

Como cualquier otra habilidad, cuanto más la entrenes, más la fortaleces.

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