Empatía, que no simpatía o comprensión

La empatía es una clara comprensión de las ideas y sentimientos de otra persona. Cuando estamos siendo empátic@s, comenzamos escuchando atentamente, dejando nuestros juicios y recuerdos a un lado.

Cuando nos sentimos del mismo modo que siente alguien, estamos sintiendo simpatía: es decir, al escuchar a la otra persona, entramos en sintonía emocional con ella porque, en algún momento de nuestra vida hemos sentido de forma similar.

Nos sentimos afines y mezclamos el sentimiento de la otra persona con nuestras experiencias personales. Además, en estos casos, podemos terminar por proyectar en la otra persona sentimientos y emociones nuestras, que nada tienen que ver con su vivencia personal de la situación.

La simpatía quizá nos lleve a aconsejar, o a comentar, pero no sabemos lo que está pensando o sintiendo la otra persona, simplemente nos conectamos con alguna situación concreta que hayamos pasado y suponemos que éso es lo le está pasando.

Por ejemplo: una amiga está atravesando un momento delicado en su relación de pareja. Cuando siento simpatía hacia mi amiga recuerdo haber pasado por alguna situación similar. En aquella ocasión sentí y actué como yo consideré que debía hacerlo en aquel momento. Si aconsejo a mi amiga según esos parámetros, sin saber si ella tiene las mismas necesidades y/o reacciones, sin escucharla, hay muchas probabilidades de que lo que yo le diga no le sirva de gran ayuda.

Cuando actúo de forma tierna y comprensiva, estoy dando apoyo. Por ejemplo: ay, pobre, sí, te entiendo perfectamente… y luego, un montón de consejos del tipo de “lo que tienes que hacer” o “lo que yo haría en tu lugar”…

La empatía no es tampoco acuerdo o aprobación. Por ejemplo: “sí, sí, éso que me cuentas, si, yo lo habría hecho igual, porque fíjate, a mí, cuando me pasó….”

Y por último está el llamado contagio emocional, es decir, vivimos el sentimiento de la otra persona como si fuera propio. Esto ocurre cuando, por ejemplo, nos sobrecoge tanto el dolor de la otra persona, que empezamos a sentirlo nosotr@s mism@s de la misma manera que lo siente esa persona. Y nos resulta difícil, además, soltar esas emociones.

La buena noticia es que podemos aprender la empatía.

La empatía tiene una base neurológica. Cuando vemos lo que le sucede a otra persona, nuestro cerebro piensa que nos está pasando a nosotr@s también: se activan las zonas relacionadas con las emociones y sensaciones, como si sintiéramos lo mismo.

Es decir, nuestro cerebro responde de manera bastante similar al de la otra persona, aunque no de la misma manera. Imita las respuestas que vemos en l@s demás, pero diferencia entre el dolor propio y el ajeno. De hecho, la empatía requiere de un mecanismo para compartir emociones y también de otro para mantenerlas separadas. Si no fuera así, estaríamos en el contagio emocional del que hemos hablado antes, no estaríamos en la empatía.

En resumen, cuando estamos en la empatía escuchamos, diferenciamos nuestras viviencias, emociones y pensamientos de los de la otra persona, comprendemos lo que piensa y siente la otra persona, entendemos lo que necesita, preguntamos en qué podemos ayudar y si compartimos nuestras vivencias lo hacemos sin tratar de convencer a esa persona de que haga o sienta lo mismo.

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