Aceptación vs resignación

Tenemos una situación determinada o sucede algo que no nos gusta o nos hace daño. En ese momento podemos aceptarlo o podemos resignarnos. 

No tenemos por qué conformarnos con lo que se puede mejorar (que es lo que pasaría si nos resignamos), pero tampoco tenemos que obligarnos a buscar la forma de cambiar aquello que no podemos controlar.

En los dos casos, dejamos de intentar algo. Sin embargo, son dos actitudes muy diferentes:

– La aceptación nos ayuda a recuperarnos de algo que se escapó a nuestro control. 

Por ejemplo, un huracán. Si acepto que el huracán fue inevitable, podré seguir con mi vida. 

Por el contrario, si empiezo a pensar cómo podría haber actuado o no dejo de pensar en cómo era mi vida antes de que llegara el huracán, estaré anclada en algo que no pude controlar y ello podrá provocar frustración y desaliento.

– Si me resigno, me quedo donde estoy, no avanzo. Y eso no me permitirá aprender de lo sucedido, ya que estaré anclada en lo “malo” de la situación, y no podré ver más allá. En este caso la psicología positiva nos puede ayudar, a salir de esa resignación y empezar a ver el aprendizaje. 

Además, el malestar generado por la resignación y la inmovilización puede dejarnos más expuestos a otras situaciones que vengan después.

Es decir, con la aceptación podemos ver lo que sucede con un poco más de perspectiva, podemos “movernos” de la situación y ver qué podemos aprender, dejándonos preparad@s para otras posibles situaciones que se produzcan después.

Un ejemplo claro de la diferencia entre resignación y aceptación se produce cuando afrontamos la muerte de algún ser querido. 

Cuando me resigno, sufro por ello, me siento enfadado/a con la vida y con el mundo, no lo admito, quiero cambiar esa situación… Y esto es una etapa normal del duelo, pero puede convertirse en un proceso duradero y presente en la vida de aquella persona que realmente no llegue a aceptarlo nunca.

Aceptar el fallecimiento significa haber superado esa fase del duelo. Aceptar el fallecimiento supone dejar de sufrir (aunque sintamos dolor, pero no será sufrimiento) y poner rumbo a tu vida de nuevo. En este caso, la aceptación hace parte de un duelo “sano”.

 

Resumiendo: si acepto lo que me ocurre, podré ir superando los obstáculos que surjan y podré encontrar la forma de seguir adelante en mi camino. 

Si por el contrario, me resigno, seguramente sentiré dolor y sufrimiento. Me quedaré inmovilizad@, como bloquead@. Y será más difícil vivir mi vida de nuevo. Estaré, en muchas ocasiones, anclada a esa persona, a cómo era mi vida antes, a ese trabajo, a esa casa que ya no está.

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